domingo, 16 de agosto de 2009

Que 40 años no es nada ...

Hoy se cumplen 40 años del inicio del festival de Woodstock. El gran concilio hippy reunió a un millón de jóvenes en busca de una nueva Arcadia feliz que estuvo a punto de convertirse en gran pesadilla. Luces y sombras.
Hombre joven con capital ilimitado busca oportunidades de inversión legítimas e interesantes y proposiciones para hacer negocios". Este escueto anuncio fue el germen de los tres días de paz, amor y música que 40 años atrás y en fechas como estas, es decir, desde el 15 al 17 de agosto, tuvieron lugar en una gran pradera al norte de Nueva York, en el ya mítico festival de Woodstock.

A las cinco de la tarde del viernes, día 15, empezó a sonar la música con Richie Havens, pero ya, desde dos días antes, la gente había empezado a peregrinar a aquella nueva tierra de promisión, atraída por los cantos de sirena de un tiempo nuevo en el que el antibelicismo, el sexo libre y la música iban a cambiar el mundo, a marcar las fronteras ideológicas de una nueva nación. Todo muy bucólico y prometedor, aunque la realidad se encargó de amargar el gran sueño hippy.

En el haz de aquella macro concentración estuvo sobre todo la música que sonó durante los tres días. El mejor rock del momento, podría decirse, aunque faltaron The Beatles, Los Rolling, The Doors y especialmente Bob Dylan, por quien, precisamente se eligió aquel lugar: vivía cerca y había esperanzas de que saliera de su letargo tras su accidente de moto.Allí estuvieron, sin embargo, Joan Baez, la gran folksinger de los sesenta, aún reverenciada; Janis Joplin y su grandísima voz rota; la Creedence entonando algunos de sus primeros himnos como Conmotion o Green River; Santana, con un suculento Soul Sacrifice; Joe Cocker, mutando en un inmenso blues-gospel el anecdótico With A Little Help From My Friends beatleniano; unos Ten Years After afrontando frenéticamente el blues-rock Im Going Home; los dos grupos hippies por excelencia, Jefferson Airplane y Grateful Dead? y, en fin, el gran Jimi Hendrix haciendo diabluras con su Fender blanca.

En el envés, sin embargo, hubo tantos rotos que aquello no acabó en desastre o gran pesadilla, como editorializó The New York Times, porque los nuevo dioses del olimpo hippy lo evitaron. La mera génesis del macro festival tuvo poco romanticismo: lo propulsaron dos aspirantes a tiburones de las finanzas. El granjero que alquiló el terreno se llevó un buen pellizco y durante el festival se produjeron actitudes poco honorables para concilio de fraternidad tan monumental: The Who y Grateful Dead se negaron a salir al escenario sin cobrar en efectivo (un helicóptero tuvo que hacer un viaje relámpago a un banco neoyorquino).

Aún fue mayor el caos organizativo. De puro milagro, la fiesta no fue más allá hasta acabar en tragedia: afortunadamente, ante el caos, el barro y la falta de víveres, la masa se contuvo. Como se contuvo, pese a la idealización de la película de Michael Wadleigh y Coppola, la rebelión política y sexual: Pete Townshend, ante una audiencia pasiva, echó a guitarrazos del escenario al gran gurú de la contracultura, Abbie Hoffman, y Bruce Cook aseguraba en su libro Beat Generation (1971) que no hubo "orgía desenfrenada y primitiva", como algunos medios hicieron ver y hasta le sorprendió, "el silencio de Wooodstock", la escasa comunicación entre los asistentes. Lo que no quita para que Woodstock fuese el gigantesco escaparate desde el que se dieron a conocer al mundo nuevos sueños y nuevos ideales que aún perduran.
MATÍAS URIBE. Zaragoza